Jakarta, Indonesia




En Indonesia todo se toca. Hay texturas por todos lados. Los niños y las muchachas caminan con las manos hacia arriba tocando el aire, el cemento, las rejas. Todo es liso y garrasposo, con polvo y con clorofila. La gente, con humo de las motos, se desprende el oxido de las caras, las tejas, las piedras y el barro. Hay marcas de llantas y huellas de animales por las paredes, encima de los árboles, debajo de las patas de Jakarta, que con relieves, se despegan con las uñas, se erosionan y se mastican.
Trepados en los techos se ven los hombres, magros, enjutos, acuclillados sobre sus talones, martillando siempre algún pedazo de algo, una tuerca, o un bloque de construcción. Con los dedos blancos de cal, con las orejas cansadas de plegarias y de motores.
La calle bosteza y se vira como quien no quiere seguir durmiendo, pero debe. La naturaleza se impone en cada rincón, en cada charco lleno de musgo y de alimañas. Las raíces se escurren por las paredes y las divisiones de las calles, en cualquier sentido. Hay ramas colgando de todos. Los alambres se entremezclan con el ruido y el caos. Hay cosas que cuelgan: a veces son tendidos eléctricos, otras veces no pero cuelgan igual, como si colgar o reptar con nosotros fuera lo mismo.
Hay antenas, enredaderas, graffiti, arabescos, patrones típicos, hojas de mata de plátano, bambú, plumas de animales muertos, ojos de animales vivos, cicatrices, motos, más motos, luces rojas, manos con teléfonos, pies apurados, pies tendidos al calor y a las moscas, pintura a veces, pero más falta de pintura, aceite, humo negro, humo blanco, olor a fosa, peste a mierda, a gato mojado, a llaga de perro, una mano gigante de piedra aguantando un televisor en medio de una rotonda por donde transita más gente que carros.
Nuestro coche se mete por los mercados, por las callecitas que en nada recuerdan a la 101, por debajo de los semáforos (que semáforos?) Y sobre todo, entre las motos que avispean a nuestro alrededor. Un niño para a los autos que vienen en sentido opuesto para que podamos dar vuelta en U. Los detiene parándose frente a ellos, como si estuviera parando tanques en Tiananmem Square. Nuestro conductor le da diez mil rupiahs por una rendija de su ventana, que esta al revés, a la derecha.
No lo mira.
Seguimos.
El conductor es un tipo chiquito, con una camisa batik, con pantalones anchos, muy grandes para él, que es chiquito, flaco, como un chamaco. Su cinturón tiene un nudo hecho para que no le roce el cuello. Pero es un tipo rudo. No habla con nadie en todo el día. Ni con la camarógrafa que tiene al lado ni con nuestra traductora que es tan graciosa. Ellas conversan en Bahasa y se ríen; lindo se ríen, con dientes y con carcajadas, sin taparse la boca ni una sola vez y encorvan los dedos riéndose. Conmigo van dos: una que dice adonde vamos y otra que ya ha estado ahi.
En el auto somos seis.
Estas otras dos hablan, en inglés, entre ellas de vestidos de bodas, de heredarlos a sus hijas, de navidades, de reality TV, de ser normales. Ellas no tocan nada. Se untan alcohol en las manos en cuanto se montan en el carro, no se acercan al agua, se paran de las sillas en las casas si encuentran una hormiga. Quieren ir a bucear y a un restaurante, pero que sea caro, porque ya van dos semanas de esto y nadie sabe el esfuerzo que se hace, nadie lo entiende allá y coño, se lo han ganado. No se pueden tomar fotos de cualquier ángulo y si vemos alguno, compramos un selfie stick.
Hemos estado en el carro desde las nueve de la mañana. Nos recogieron en el hotel de los extranjeros que es grande y muy limpio, que tiene pisos lisos y lustrados y techos altos y mucha luz natural y te dicen Sir, o Madam, y te abren las puertas y te ofrecen agua, siempre y cuando hayas pasado por el detector de metales, pero vestidos de negro, con sombreritos y muy muy chulos todos. Nos hemos bajado aquí o allá, hemos entrado a las casas, les tomamos fotos, hicimos preguntas, entramos a los baños mojados, usamos el cubito, buscamos otros baños mas occidentales en el camino, pero ahora queremos mezclarnos. Una de estas dos dice que este viaje es invaluable para aprender y para experimentar, que el mundo es muy grande y la gente muy linda, que solo se vive una vez y que en la noche hay una reunión de empresarios que debemos ir a estudiar. La otra dice cosas parecidas. Hacemos un plan: Nos bañamos y nos quitamos un poco el sudor y nos encontramos con el conductor, que nos va a llevar.
Dicho y hecho.
La traductora y la camarógrafa se han ido por sus partes a romper su ayuno. El Ramandán las pone débiles, pero a este tipo no hay quién le haga mella. Lleva todo el día arrastrándonos de un lado al otro, sorteando motos con los bracitos infantiles, pero recios, apretando de vez en cuando el forro del timón. 
A la hora acordada no ha llegado, se atraso al sambullirse en el tráfico de colmena de Jakarta. Tal vez encontró un semáforo? Una de las dos lo llama, ella habla un poquito de Bahasa pero parece que no mucho porque él no entiende.
— Lobby? 
—Yes, we're in the lobby — y cuelga. 
Esta se azora, la otra se frustra. El chofer llega, nos montamos y sorteamos más motos, curvas cerradas, niños parando tanques y un mercadito en el que golpeamos a cuando transeúnte con mochila encontramos. La gente se ríe, se quita, sigue cargando a sus niños, mocosos, en shorts y chancletas, arrastrando el musgo y el polvo, parándose con el pubis hacia adelante, con los hombros hacia atrás, con las cabezas cubiertas, inmunes a los altoparlantes a la hora de rezar, inmunes a ellos incluso después de esa hora, sin prestar atención al tráfico o al edificio aquel, al que le faltan los balcones porque se cayeron, o a los huecos en las paredes ni a los perros llenos de moscas ni a los caños llenos de mierda a los lados. Ellos se ríen igual y gritan enseñándose los dientes mal cuidados y dándose la mano, a veces abrazos, poniéndose la ropa nuestra y apropiándose de nuestros dejos. 
Nuestro conductor lo entiende bien. Llegamos al portón y un guarda le da un tiquete (cuando baja la ventanilla nos inunda una versión de Roxane en bahasa y con otro ritmo). 
Seguimos.
Llegamos.
Este no es el lugar, nos han dado mal la información. No sabemos cómo decirle al conductor que espere, que tenemos que llamar a alguien, que este plan no sirve, que mejor encontramos un lugar para comer, de los buenos, en el que nos sintamos a salvo. Él se frustra, no entiende inglés,(la traductora no responde) Mientras buscamos qué hacer, alguien lo llama por teléfono.
Nuestro conductor es un tipo rudo. 
Responde el teléfono sin pantalla con un gruñido. "Wheehh". Después se le ilumina el rostro, es alguien que él conoce. Un amigo tal vez. Conversan, se ríe. Este tipo es un hombre después de todo.
Mi telefono vibra: Una de estas dos, la que entiende un poco, dice que no le caemos bien. Que se refiere a nosotros como "los ricachones" y que lo hemos tenido comiendo mierda el dia entero. Silencio.
Aqui esta el restaurante. Antes de bajarme del carro me llevo los dedos a la boca preguntándole si quiere comer. No, terima kasih. Seguro? Que no. Ga.
Adentro me esperan esas dos con los ojos como rayos, que cómo se me ocurre, que me hubieran abandonado ahi. Yo les digo que él es un ser humano, no es un perro ni un trapo, que él lleva todo el día con nosotros, que también debe tener hambre, que qué tiene de malo brindarle un poco de comida, que si no vieron como se reía en el teléfono? Que estaba hablando pestes de nosotros que ese es su trabajo y que por qué tienen que hacernos la experiencia incómoda, dicen ellas, las dos. Una primero y la otra después. Como si en el trabajo nuestro no tuviésemos excesos. Como si no estuviéramos aquí. Como si no estuviéramos en la calle para mezclarnos, para pretender mezclarnos, para hacer el amago de mezclarnos, para sentirnos mejor y darnos una palmadita en el hombro.
Yo no hablo más. 
La carne sabe bien, nada mas. 
Salimos del restaurante una hora después. El conductor nos lleva de vuelta a la habitación que esta detrás del detector de metales y en el doceavo piso. Desde ahi le tomaré una foto al otro hotel que esta detrás del campo de golf teniendo cuidado de no agarrar la autopista donde siguen los cables y las antenas embarrados de polvo, de plástico masticado, de chapapote porque en Indonesia todo se toca.

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