La melena de Sansón

— Qué les parece el lío este de la hijab?

Yo sabía que la conversación se iba a detener ahi mismo. Antes nos había salvado de silencios incómodos a los tres haciendo preguntas: qué es lo mas raro que has comido? Ahora hay que contar historias vergonzosas. Ella contó que tuvo que cambiarle una tostadora a un tipo una vez para que se fuera de su apartamento, la otra contó que despedazó un hostal en Italia como solo alguien de la talla de Robert Plant puede, con vómito, alcohol y huecos en las paredes. También se metieron en problemas con sus mamás.

Yo inventé algunas y exageré otras de mis hazañas.

Antes, esa semana, habíamos serpenteado el tráfico de Jakarta en la parte de atrás de un minivan y me había tocado el asiento trasero, junto a la traductora que es muy parlanchina y muy tratable. Yo me envalentoné al ver a una niña (no tendría más de dos años) montada en la parte delantera de una motocicleta. La madre guiaba el velocípedo y la criatura se aguantaba como podía del manubrio, sin cinturón y — adivinen, queridos lectores — sin casco. En su lugar, un trapito rosado que le cubría el pelo a modo de túnica hasta los hombros. No era la primera vez que me cruzaba con algo así en Indonesia. Pasado el espanto, poniendo a un lado las imágenes flotando en mi cabeza de motos colisionando, de cabezas abiertas de cuerpecitos volando con las manitos extendidas para agarrar asfalto, de madres y abuelas con las rodillas trabadas y echadas sobre una carretera preguntándose por qué, cómo pudo suceder esto… lo único que pude musitar (sintiéndome como un imbécil apenas salían estas palabras de mi boca) fue:

— Oye y cómo logran que esas niñas se dejen la túnica puesta?

— La hijab?

— Si, eso, mi niña a esa edad no soportaba nada en la cabeza por más de 2 minutos. Casi no podíamos ni tirarle fotos. Y allá tenemos aire acondicionado. Cómo lo logran aquí, con este calor?

Entonces hablamos de las niñas y de las señoras, del pudor y de la lujuria, de cómo algunas no estaban listas para eso, de cómo otras lo hacían igual. Yo empleando el método socrático, pregunta tras pregunta: Qué es estar lista? Para qué? Qué cosa es dios? Ella elucubrando estrategias para lucirse en el inglés y para exponer qué linda es su cultura.

En ese baile macabro estuvimos un rato.

Me enteré que las musulmanas en Indonesia se bañan con trajes de buzos y con la hijab. Que no deben enseñar nunca otra cosa que la cara y las palmas de las manos. Pensé en las relaciones abiertas del oeste, en el amor libre, en las vecinas de la cuadra siempre murmurando cuando uno pasa (tarrú!). Me enteré que nadie las obliga (dicen ellas) que lo hacen por entregarse a dios y que un buen hogar siempre esta compuesto por un hombre que guíe a la familia y una mujer obediente. Entonces pensé en Simone de Beauvoir, en tetas al aire contemplando ajustadores en cuero, en Miley Cirus. Ella no puede aceptar un trabajo de oficina a menos que su esposo lo permita. Repaso pros y contras en mi cabeza, desde una posición privilegiada. Si se pone la hijab no debe ir a un club, mejor va él solo. Ahora me están dando galletazos y me están gritando todas las mujeres que he conocido en mi vida, hago repaso una a una: eres un cerdo, somos iguales, mi cuerpo es mío — vasos de agua fría en la cara, noches solitarias. Y por qué los hombres no? Nadie quiere mirarlos, ellos qué importan y aprieto los dientes. Así es cómo luce un feminista? Haciendo preguntas y fingiendo comprensión por una cosa que no te cabe en la cabeza? Así es como luce un hipócrita?

Las del asiento de alante me miran incómodas. De esas cosas no se habla. Qué estupidez, qué miedo a todo!

La traductora esta tranquilita. A ella no le incomoda para nada esta conversación. Es más, me pregunta: Si le dices a tu mujer que no puede tomar un trabajo, ella lo toma? No te incomodaría? Yo no sé cómo explicarle que esa conversación no podría suceder, que no tiene pies ni cabeza, que a mi no me piden permiso, si tengo suerte, puedo dar una opinion.

Nos reímos.

Las de adelante se ríen a medias.

Después hablamos de niños, queda claro que soy un tipo de oro por levantarme cada dos horas para ayudar a mi mujer. Aquí los hombres se desentienden o no entienden los pañales. Yo pienso en Maya, chiquitica, acurrucada en las palmas de mis manos, sintiendo mi calor en todo su cuerpecito, menudillo y rosado cagándose libremente sobre mi, con esa mierda negra e inodora que nunca me dio ni gota de asco. Cómo me toco mierda bella. Lo que se pierden!

Han pasado los días y cenamos en un restaurante lleno de gimmicks, de platos que parecen lo que no son y a cada plato lo acompaña un app diferente. El chef, que es un hipster de Jakarta, nos ha traído un poncho a cada uno, porque el postre explota como una bombeta y los meseros nos rodean con capas juguetonas (de Batman, de Superman…) las abren para proteger a los demás comensales que aun no han llegado al postre y allá va eso! Cuando para el aspaviento y bajamos los teléfonos para dejar de filmarlo, queda un postre que no sabe a tanto. Y lo devoramos con lo último del vino que, debo confesar, tomé sin remilgos y sin medida. Ya habíamos contado las hazañas, es la última noche en Jakarta y nos invade la alegría esa de regresar a la normalidad. Los tres nos imaginamos llegando y abrazando a los que nos esperan, impacientes. Pensamos en la comida casera. Tenemos cuatro días para descansar, qué haremos? Dormir por cuatro días suena bien. Yo llevo hambre de aventura y pienso que podría sorprender a mi mujer montándonos en otro avión para otra parte. Estamos cómodos, casi hemos salido airosos de estos días sobrios. Así que pregunto, qué les parece lo de la hijab?

Las dos se incorporaron en sus sillas después de haberse dejado encorvar la espalda mientras pasaba la noche. Hay que estar atentos, esta pregunta es delicada. Yo no estoy de acuerdo, me he tomado por lo menos cuarenta dólares de la botella de cincuenta dólares que pagamos con la tarjeta del trabajo y casi me siento en casa, la puedo tocar ya, así que pregunto, y qué?

— Lo veo bien — Dice una, pensando que yo no iba a dejarlo ahi

— Si, es bonito — dice la otra

— Tu piensas que es un asunto de opresión o algo así no? — Dijo la primera queriendo prever y minimizar lo que pienso.

Yo vi la muralla, busqué alguna grieta. No encontré ninguna.

— Yeah, its fucked up — dije yo medio retándolas y plantándome ahora sin ganas de explicarme demasiado.

Silencio. El postre tiene coco y no me gustó.

Después hablamos de tetas postizas y una de ellas juró que se ponen para complacerse a sí misma, no a los hombres. Jamás.

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