Ángeles en la aquitectura

"A man walks down the street
It's a street in a strange world
Maybe it's the Third World
Maybe it's his first time around
He doesn't speak the language
He holds no currency
He is a foreign man
He is surrounded by the sound
The sound
Cattle in the marketplace
Scatterlings and orphanages
He looks around, around
He sees angels in the architecture
Spinning in infinity
He says Amen! and Hallelujah!"

— Paul Simon

Cuando traigan la cuenta tendremos una conversación pequeña. Tú tratarás de explicarme cómo piensas, cuál es tu proceso. Yo te pagaré con el mío y tendremos, los dos, un momento de silencio interior. Los vasos y los tenedores culminarán su Opus Magnum a nuestro alrededor: tín, tan, chin...
Tu lógica es imperdonable, pero tampoco perdona. Todo termina en números, en laberintos y en sentido común. Pero no compartimos lo común. Mi lógica se enfoca en todo lo demás e ignora el final del laberinto. Me pedirás que hable claro, yo te pediré algo parecido.
El mesero recogerá mi tarjeta y haremos otra pausa porque él habla español. Debatiremos un poco el total y la propina. Siempre voy a perder ese debate, iremos con tu número. Los dos repasaremos el tiempo apropiado para irnos del restaurante (acabamos de pasar unos días en Europa y queremos hacer sobremesa como los españoles) pero el mundo pesa demasiado y nos iremos enseguida. Nos gusta explorarnos, así que atraparemos el vientecito frío con las caras pensando en aquellas caminatas en Ybor, cuando raptábamos scientólogos y apretábamos aquellos tubos con aquellas agujas y nos reíamos con el disimulo, porque pensábamos (pensaba yo al menos) que estaríamos salvando a algún bobo desprevenido de comprarse un libro de L. Ron Hubbard y guardarlo por siempre en una repisa a acumular polvo. Y en la complicidad nos reíamos, como nos reiremos al salir de este restaurante, que tanto nos costó encontrar, aunque le pasamos por al lado diez veces. Iremos pensando en tu lógica y en mi falta de sentido común, que los polos opuestos se atraen y que un complemento es un complemento, caballero.
Yo te daré la mano y daremos brinquitos por el frío al lado de la placa de García Lorca y por un minuto nomás pensaremos que le hemos encontrado el eje al mundo.
Cruzaremos por la esquina y te me acercarás porque un loco se sacó la picha por allá, con este frío. En la otra acera lo veremos empujando un carrito y sacando algo de la basura. Tu, lógica, trataras de ver qué cogió del basurero, sacarás cuentas, harás una tabla de nutrición en tu mente. Pensarás que no siempre debe buscar comida, tal vez cosas para vender o intercambiar, pensarás en la esquina en la que se duerme todas las noches, en cómo mantendrá a salvo el carrito. Se peleara con otros como él? Hace un rato que lo vimos cortase las uñas, qué hace cuando se corta? Tu le apostarás a la probabilidad de no terminar como él.
Él quizá le apueste a conseguir perros que le cuiden.
Yo pasaré todo ese tiempo maquinando para pasarle por al lado y pretender que somos iguales. Que él y yo somos dos seres humanos con los mismos dolores y las mismas alegrías. Que el mundo es un pañuelo y la vida un cachumbambé. Que mañana puedo ser yo. Y se me partirá el corazón de lo bueno que soy, de cómo domino el asunto este de la empatía, de cómo he aprendido de la vida y de cómo he llegado a entender esta pose: todos somos iguales, hasta él y yo.
Pero seguiré caminando, pensando que le hago un favor por no darle un kilo, porque seguro lo gasta en drogas y yo no quiero financiar eso. Y con toda la igualdad que me impulsa me montaré en mi carro, con calefacción y escucharemos a Paul Simon hasta llegar a casa, donde fumaremos un porro, veremos televisión y dormiremos a pierna suelta, con cobijas y un ventilador, por si acaso.
A media noche me despertaré sobresaltado tratando de recordar si dejé quince o veinte porciento de propina.

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