El mejor de los casos




Bajé refunfuñando los siete pisos del edificio con la correa enredándosele en las patas. Compartimos unos segundos incómodos encerrados en el elevador. Yo me recosté en el pasamanos mientras los números bajaban y la miré fijamente a los ojos. Ella se sentó en el piso, toda punk, pero bajó la vista al fin.
Al llegar al lobby, saludé malamente a alguien que entraba al edificio. No sé quién era, ni si era hombre o mujer. Era una mole pasándome por al lado, con telas y perfumes y cortes de pelo. No la vi bien, a la mole, pero estoy casi seguro de que los hombros y la cabeza se entremezclaban a modo de esferoide irregular y peludo. El saludo fue uno de esos en que levantas una ceja y medio-tuerces el cuello, pero sin dejar de mirar hacia la puerta que estas abriendo forzosamente, poniéndole el peso a tu muñeca y tus codos porque la puerta pesa y no quieres que se te salga un gruñido o algo así haciendo fuerza. A lo mejor atraes la atención y alguien te ayuda abriéndola desde el otro lado y entonces vas a tener que decir gracias en ese acento raro, en ese color extraño. Entonces levantar una ceja no va a bastar, mierda.
Salimos apurados del edificio y llegamos dando brinquitos hasta el árbol de enfrente donde ella husmeó un poco antes de mear. Nos pasó un tipo bajito por al lado con un perro blanco, muy peleón. No quisimos responder a las afrontas, pero no por miedo a enfrentarnos, sino de hacer un reguero por gusto. Más allá ella cagó y yo lo guardé en una bolsita verde de plástico que pusieron en una esquina.
La noche estaba acabada de caer y hay un aire frío. En la otra cuadra oí gritos, parecieron amistosos, niños jugando? No. Seguro que no. Pero el aire estaba bien y caminamos un poco más, buscando el parque que podemos bordear y regresar por la otra cuadra.
Antes de llegar debíamos cruzar la calle que ya estaba oscura. Debíamos mirar hacia ambos lados: izquierda, derecha, izquierda y lanzarnos si nada venía. Pero nos lanzamos y el SUV que venía hacia nosotros tuvo que frenar chillando alto. Los gritos cesaron en la otra cuadra y comenzaron a venir desde el SUV. Ella gimió y me jaló un poco. Yo miré un poco a la parrilla del carro a medio metro mío como un idiota, ella está bien, yo estoy... asustado, con la cosa esta queriéndoseme salir del pecho. Miré al tipo gritándome desde el carro y le levanté una ceja y la mano. Sorry.
Y ahi, desde la seguridad relativa de la acera de enfrente, repaso las decisiones que me llevaron hasta aquí. Pensé en mi muerte otra vez. Una muerte estúpida de esas. No de las que pasan en marchas de derechos civiles, ni asesinado tras un podio. Una muerte estúpida como las de las noticias, por llevarse un pare. Me imaginé tirado ahi, con ella lamiéndome, esperando por las ambulancias y la policía. No, la policía?
Seguí caminando por el parque y de vuelta a la casa pensando en tragedias más grandes: Un avión que desaparece inexplicablemente, una guerra civil, milicias y desaparecidos y me consolé pensando que en realidad esas tragedias no le pasan a tanta gente. Que morirse atropellado era más probable. Como Gaudí.
En Oakland había gente en la calle protestando otras muertes estúpidas. En Atlanta también. Alguien murió a balazos atropellado por el poder y la gente esta furiosa. Si yo me hubiera muerto en nadie hubiera salido. Y así debe ser. Hay que salir a la calle y gritar la gente esta furiosa por las tragedias grandes y las pequeñas parecen un lujo inexplicable. La gente se muere y hay que salir a llorar, pero esa es la muerte digna, la de la especie, del progreso y de la civilización. Para todos los demás, la muerte es boba: morir ahogado en la cama de un hospital mientras sostienen tu mano por algo leve, trivial, mundano, mezquino. Ese es el mejor de los casos.
No la miré en el elevador, de regreso.
Al abrir la puerta mi niña me pidió que sentara a su muñeca y yo me senté también a verla, mientras jugaba.

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