Wuhan


El avión ronronea suavemente. Después de quince horas y pico en el vacío absoluto del Atlántico ni siquiera prestamos atención al bamboleo de la leve turbulencia que nos ofrece el cielo de la China. Miramos con algo de desdén los motores gigantes desde las ventanas ennegrecidas electrónicamente. Hace algunas horas nos llamó la atención su tamaño, y se tradujo en una notable ansiedad que nadie quiso admitir al despegar. Pero ya no. Ya somos viajeros consagrados y desde la clase de negocio hasta el fondo de la nave estar disparados por un tubo metálico por los aires es simplemente un hecho más de la vida y a cada movimiento abrupto cambiamos la cabeza de lado sin prestarle más atención. El vacío separándonos del mar ha desaparecido.
Con la misma actitud nos posamos en Wuhan, una ciudad de China que nos es tan misteriosa como el resto de la China. Yo estoy solo y debo tomar dos vuelos más para llegar a mi destino. He estado solo desde que partí de San Francisco y como los motores y el vacío, comienzo a aceptarlo como una realidad ineludible.
Bajamos primero por unas escaleras metálicas que rodaron perezosamente hasta la puerta. Las azafatas me guían a mi primero, que estoy en el primer asiento, con un gesto amable. Yo ya me he acostumbrado en este vuelo a los tratos extremos de la clase de negocio y no presto demasiada atención a las instrucciones. Afuera llueve y hace mucho calor. Este abrigo sobra, pero mi maleta esta al explotar. Mejor no decir "explotar" en un aeropuerto. Risa boba.
Hay una muchacha que revisa mi tíquet de abordaje y me dirige hacia un bus rojo. Reconozco a algunos de los pasajeros que volaban conmigo y me monto. Tengo entendido que tomaremos el mismo avión hasta Guangzhou y me resulta un poco extraño que nos lleven tan lejos. Damos rueda por unos quince minutos, recorriendo los vericuetos del aeropuerto de Wuhan y en el bus nos miramos todos con un poco de preocupación: estamos en el lugar correcto?
Sentimos poco a poco acrecentarse el vacío bajo nuestros pies.
Al llegar al fin al edificio, nos paran en una cola y después, detrás nuestro, a los pasajeros del otro autobús que es más grande y que no tiene aire acondicionado. Esta es una sala relativamente grande. Unas señoras me entregan un billete de cien Yen con las dos manos. Qué es esto? It's ok, it's ok. Qué diablos? No hay ni un solo letrero en ningún idioma que reconozca, pero hay unos mostradores al final con gente vestida de militar, que nunca miran a la persona con la que están hablando y se ponen muy bravos si pasas de la línea amarilla en el suelo. La cola avanza lentamente. Han convergido con nosotros otros vuelos y poco a poco nos vamos diluyendo con caras desconocidas. Debe haber mas de quinientas personas desorientadas aquí. Yo sigo mirando mi pase de abordaje hasta Guangzhou como un anormal. Más allá distingo una fila de seguridad, gente sacando sus laptops y quitándose los cinturones. Por qué estoy aquí? Ellos saben que no me quedo en China? Yo pensé que solo pondríamos combustible al avión y seguíamos. Esta fila se ve inmensa, y si se va el avión sin mi?
Al fin es mi turno. He tenido mucho cuidado de no rebasar la línea amarilla en el suelo, pero es difícil porque la gente empuja allá atrás. El militar me hace un gesto de avance y alcanzo a ver dos gotas de sangre en el suelo. Me acerco. Él habla inglés (mas o menos) me dice que he tenido que llenar un papel de inmigración. Y ahora? El tipo exhala con algo de ira. No lo tomo personalmente, todos los militares tienen ira contenida. Me alcanza el papelucho y me indica que allá atrás hay lapiceros, llénalo y regresa.
Sudando, sorteo el mar de gente hasta el mostrador que esta lleno. Espero mi turno, el lapicero no escribe. Mierda. Regreso hasta los militares y les señalo con gestos torpes que necesito un lapicero. Un niño con botas me lo alcanza. Regreso hasta el mostrador. Esta lleno otra vez, espero mi turno. Por qué tengo que decir adonde me quedo en China? Este papel es para mi? Luzco como mi perra cada vez que le doy instrucciones que no entiende. Termino pasándole una raya a todo lo que no aplica a mí. Al final solo escribí mi nombre, dirección y número de pasaporte. Regreso hasta la cola del primer militar. Miro mi reloj preocupado. Minutos después el tipo me llama de nuevo hasta su mostrador. Yo le entrego el papel como cuando entregaba exámenes en el colegio, seguro de que cada una de mis respuestas iba a ser evaluada minuciosamente y hasta creí verlo sacar un lapicero rojo para tachar con equis mis errores. El tipo levanta una ceja, me mira con un solo ojo. Passport? Here it is. Le pone un sello y no me mira más. Deduzco que debo irme porque el tipo de atrás rebasó levemente la raya amarilla.
Sigo a los demás por unos pasillos después de atravesar el chequeo de seguridad. Así deben sentirse las vacas antes de encontrarse con el martillo. Al final del laberinto hay una muchacha, también con traje militar, revisando pases de abordaje y al encontrarse con el mío me lo devuelve y me indica que me monte en otro autobús. Inclina las cejas, me pareció preocupada. Por mí? No entiendo un pito de lo que dice, pero me monto. Qué más voy a hacer? Hay calor, mucho calor y me he empapado con el sube y baja. Quiero telefonear a casa pero no puedo, hay internet, pero el portal esta en mandarín y no sé cual botón apretar. Espero a que el autobús arranque rodeado por un mar de chinos que no hablan más que chino. Trato de espiar qué hacen en sus teléfonos: está en chino. Al fin el autobús enciende todo menos el aire acondicionado. Damos vueltas por el aeropuerto hasta llegar al mismo avión del qué baje. Ya? No pude ni comprar una botella de agua. Pero con este calor y esta mojazón, tal vez sea mejor montarme e irme ya.
Miro a mi alrededor subiendo otra vez las escaleras metálicas. Pienso otra vez en el vacío bajo el avión, que qué leve debe ser el hilo invisible que lo sujeta en el aire, qué incertidumbre, qué turbulencia. Me siento en el mismo asiento en el que venía. Distingo a algunos de los pasajeros que venían conmigo. Hemos recobrado la misma ansiedad tácita con la que dejamos San Francisco. Y todo por hora y media en Wuhan! O fue por los militares? Fue por la gente? Por el lapicero?
La azafata me ofrece una toalla tibia y mojada. Me limpio las manos. El avión se mueve otra vez. Vamos para Guangzhou y mientras la mole de hierro despega somnolienta del suelo de Wuhan veo al autobús rojo llenándose de gente otra vez.
Asustados.
Apelotonados.
Allá abajo.
Después del vacío.
Ya en el aire pienso que le he dicho "hi" a todos en Wuhan, que se oye como "si" en mandarín. 
Risa boba.

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