La máquina de insectos



¿No hilvanas – por si acaso – tus problemas con lo que iba a pasar y no pasó?
¿No acabarás postrado ante tus partes?
¿Ni contarás las piedras de tu arroz?
¿Acaso no guardaste los misterios y viste desde allá lo que tocó?
Y el dedo que te apunta,
(ese que te repartes),
¿no sera aquél, sino éste de los dos?

¿No dudas por las noches de tu imagen
ni te cambias la barba con el sol?
¿Y qué creerá la calle?
¿Y que dirá el enjambre?
Y las promesas ¿qué dirán del sol?

El pueblo que dejaste,
el cuarto que frecuentas,
(no olvides las maletas, ni la fe de los treinta)
La máquina de insectos:
los labios del pretexto que rozaban los domingos
para ver si habías visto al corazón
—para tomar en cuenta al corazón —
Para echarle una mano
—para tomar su mano—
y perdonar las deudas,
y perdonar las deudas.

¿No crees que este perdido el equipaje?
¿Será que estamos lejos del temblor?
¿Y el cuerpo que no ocupas, cuánto vale?
¿y cuánto cuesta el cuerpo que quedó?
La vida es una fábrica de incendios y el mundo una pecera con alcohol
y el dedo que te apunta
(ese que imaginaste),
¿no será aquél, sino éste de los dos?

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